l   junio 13, 2018   l  

Llegando a Ekaterimburgo Un viaje de Ida





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Hay situaciones que se presentan pocas veces en la vida, y poder asistir como periodista a un mundial de fútbol es una de ellas. Y que para hacer esto, uno tenga que viajar hasta Rusia, tiene un condimento único, como lo podría tener cualquier país, pero en este caso, por cuestiones históricas y familiares tienen un “que sé yo” especial que no lo tiene, ponele, Qatar.

Tal vez por eso, los días previos a viajar significaron pocas horas de sueño, mucha planificación, organización –clima, comida, plata, seguros, cartas, visas- y un repetido “que hijo de p…  éste se va a Rusia”, de amigos y compañeros de trabajo, advirtiéndome bajo el “tráete la copa o te convertís en mufa”.

Y es que en Uruguay, el Campeonato Mundial de Fútbol es un momento donde se canalizan sueños y anhelos compartidos, y la posibilidad de que este pequeño país futbolero se meta en la agenda mundial durante cuatro semanas no es ningún disparate.

Y la mochila se empezó a cargar con todas esas cosas previas… sumándole las emociones que afloran cuando uno se va tan lejos de los seres queridos con los que comparte el día a día.

Con todo eso arriba, cuando ves que tenés que tomarte cuatro aviones, sumando 35 horas totales de viaje para llegar a un punto del planeta donde jamás pensaste que estarías, la palabra esfuerzo se borra del vocabulario… o por lo menos es lo que uno siente cuando está haciendo el primer check-in.

La recompensa es el camino…

El primer tramo fue de Montevideo a Río, en la mañana, cortito, con algún sobresalto en el vuelo pero un viaje muy llevable. Además de que en algunas pocas horas ya estábamos en el aeropuerto Galeao, el wifi libre nos acompañó durante toda la tarde que estábamos (junto a los compañeros de ruta, Santiago Díaz y Danilo Espino) de espera, matando el tiempo con publicaciones en las redes sociales. Cada vez que nos encontrábamos con algún conocido, la pregunta de rigor era: “¿cómo lo ves a Uruguay?” A lo cual, si hiciéramos una encuesta, la respuesta fue: “Bien, muy bien, firme, compacto, que nos va a ir bien”.

Además, tuvimos la grata sorpresa de encontrarnos con el ex jugador, técnico y actual representante de jugadores, Ariel Krasouski, que además de invitarnos a comer, compartimos anécdotas de su pasajes por Boca como jugador, los desafíos de hoy en día, de cómo veía a la selección. Un verdadero craqui desde lo humano.

Sobre la tardecita nos subimos al segundo vuelo, 10 horas directas a Madrid. Lo mejor fue la posibilidad de ver alguna película de estreno; lo duro fue el poco espacio…. Un Santiago Díaz, indignado,  planteó: ¡Esto no es humano! ¡No puedo moverme… En una reflexión filosófica disparó Díaz: “De esta manera es que bajaron los precios de los pasajes… Sacale dos asientos por fila y viajamos todos más cómodos!”

Llegamos al aeropuerto de Barajas, cansados, sin haber casi dormido… pero entre los ascensores, las distancias del aeropuerto, la aglomeración en migraciones, te despertás si o sí. Una maravilla. Cuando nos dimos cuenta, ya estábamos en suelo europeo; claro, tampoco da para imaginarse algo muy glamoroso: cruzamos la calle para tomarnos un ómnibus que nos dejara en la terminal 1 del aeropuerto, siguiente destino.

Arribando a la sección de la compañía rusa Aeorflot –de la cual lo único que sabíamos es que todavía tiene el martillo soviético en su imagen institucional-  hicimos un nuevo check in para arrancar a Moscú y ahí nos empezamos a encontrar las primeras camisetas celestes, termo, mate y un ambiente futbolero mundialista teñido de celeste.

Al pasar por migraciones –nuevamente-,  la funcionaria me preguntó: “¿Va al mundial?”, “Así es”, le dije, y entonces retrucó “¿Quién va a ganar el mundial?”, “Y Uruguay no?”, y ahí con toda la furia roja me dijo “España primero, Uruguay segundo, esta bien?” y por adentro me quedé pensando “que no nos crucemos en octavos, ojalá más adelante”.

Este tercer vuelo, directo a Moscú, trajo como novedad las primeras palabras en ruso. Luego, cuando la azafata me preguntó que querías comer o tomar, en un muy rústico inglés le tiré un “steak” y ahí salió la primera carne rusa, que no estaba nada mal. Luego, a pura actitud, le pedimos un jugo de frutas, que por el color era un vino tinto, pero aún desconozco de que se trataba.

Sospechá cuando todo va bien

Demasiado bien venían todas las conexiones de aviones y migraciones, que al pasar por Moscú se nos fueron todos los planes por la borda.

Llegada a Moscu

Resulta que mi Visa – para colmo que no era necesaria de presentar, pero alguien nos dijo que si íbamos por trabajo nos facilitaría algunas cosas – tenía un día después la fecha de vigencia. O sea, decía que a partir del 13 de junio estaba vigente. Eran las 21.30 horas del 12 de junio, y simplemente estábamos de paso, ya que nuestro destino final era Ekaterimburgo, a donde íbamos a llegar a las 1.50 del 13.

Se desfiguró mi cara cuando el funcionario, que no hablaba inglés, me planteó que me tenían que hacer un visado nuevo, y que por lo tanto perdería la conexión del vuelo.

Resumiendo, perdimos los tres el avión, me dieron una visa nueva, por cuestión de horas, y tuvimos que pagar un nuevo billete de avión, que nos salió entre 4 y 5 veces más caros de lo que sale comúnmente.

Para colmo, en todas esas vueltas, las valijas se perdieron y la conexión a wi fi en los aeropuertos era solamente con ciertas contraseñas. Un “desbarajuste” total.

Frustración, enojo, impotencia, todo junto… tremenda calentura, pero al llegar a Ekaterimburgo cambió la sensación. Nos esperó Irina, la dueña del apartamento que alquilamos, con un cartelito de lo más simpático y su sonrisa dibujada. Una crack. Ahí fue al revés del aviso de paso de los toros: Irina nos cortó la amargura y nos llevó para Azucarlito.

En fin, viajar hasta el otro lado del mundo tiene estas cosas, otras culturas, miles de sensaciones, todas juntas por momentos…

Ni que hablar que lo primero que hicimos fue acercarnos hasta el estadio “Ekaterimburgo Arena”, y de saber que en dos días la celeste va a debutar ahí te deja los pelos de punta.

Vamos “Уругвай” (Uruguay)!

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