El 16 de diciembre de 2017, se enfrentaron Real Madrid y Gremio por la final del Mundial de Clubes, una instancia que por este lado del mundo nos hará recordar por siempre a las viejas Intercontinentales. ¿El desenlace? Lo vieron o lo leyeron todos: la superioridad de un Real Madrid con los ojos en otros objetivos, lo llevó a regular y a conformarse con el 1-0 sin hacer demasiado esfuerzo. Pero tampoco hubo espacio para aquellas hazañas del equipo sudamericano ante el poderoso campeón europeo, porque el contexto lo hace cada vez más difícil.
Al mirar el equipo titular del Real Madrid, inmediatamente se piensa en una «Selección del mundo”, en la que un solo jugador vale más que todo el plantel de Gremio. Lejos, muy lejos, quedan aquellos tiempos en los que se podía pensar en Peñarol ganándole una Final Intercontinental al Real Madrid en el Bernabeu, en Nacioal logrando la hazaña ante el poderoso PSV, en el Vélez de Bianchi o el San Pablo de Telé Santana derrotando al Milan de las estrellas. Esas hazañas empezaron a ser mucho más esporádicas en los últimos tiempos, apenas si vienen rápido a la mente el Boca de Bianchi ganándole al Real Madrid en el año 2000 o el San Pablo con Diego Lugano derrotando al Liverpool en la segunda edición del Mundial de Clubes en 2005.
Ya no se volvió a ver a los Aston Villa, los Steaua de Bucarest, Estrella Roja, Notingham Forest, Hamburgo, Celtic, Benfica, PSV o Ayax levantar la Champions. Los más poderosos del fútbol europeo, llámense Barcelona, Real Madrid, Juventus, Bayern, Chelsea o PSG, empezaron a concentrar a los mejores jugadores del mundo. Esa concentración que alteró el balance del fútbol europeo y también los enfrentamientos de los campeones de aquel continente con sus pares sudamericanos, tiene su origen en un día: 15 de diciembre de 1995. Ese día, el nombre de un desconocido futbolista belga quedó para siempre atado al de una ley: Jean-Marc Bosman, o más bien la ley que lleva su nombre, es un factor de incidencia directa en las diferencias de potencial entre los campeones europeos y sudamericanos, también entre los poderosos de las diferentes ligas de Europa y los de clase media y baja de las mismas ligas.
Bosman no pasó a la historia como jugador, sino por una resolución favorable del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que le dio la razón a su reclamo cuando no pudo cambiar de club ante una oferta de renovación que no le satisfacía. Luego de una dura batalla legal, se llegó a la sentencia que dictaminó que un equipo de un país miembro de la Unión Europea podía jugar con tantos jugadores de países de la UE como quisiera. Miles de deportistas profesionales dejaron de ser extranjeros y pasaron a ser una figura hasta entonces desconocida: comunitarios.
El fútbol comenzó a recorrer un camino sin retorno hacia convertirse cada vez más en un negocio, beneficiando a los más poderosos en su afán por contratar sin límites a los mejores jugadores sin preocuparse demasiado por su nacionalidad. ¿El equilibrio financiero y deportivo? Bien, gracias. Basta ver las diferencias de puntos entre los dos primeros y el resto en España, Inglaterra, Francia o Italia. En esas ligas, se pasó de 4 extranjeros a un número ilimitado de jugadores con pasaporte de algún país de la Unión Europea. Se empobreció el fútbol sudamericano y las posibilidades de competir con éxito ante los europeos, así como la de los equipos humildes de aspirar a ser campeones en sus ligas.
Europa vs Sudamérica
Desde que se enfrentan los campeones de los dos continentes, sea por Intercontinental o Mundial de Clubes, ha habido 30 campeones del mundo europeos y 26 sudamericanos. Bastante parejo.
Antes de la Ley Bosman (hasta 1995), nuestro continente llevaba la delantera: 20 enfrentamientos ganados por equipos sudamericanos contra 15 de los europeos. Pero, si tomamos la estadística desde 1996 a la actualidad, vamos a ver la incidencia de la Ley Bosman: Europa 15, Sudamérica 6. Para hacerlo más representativo, podemos tomar los primeros diez años de la Intercontinental (Sudamérica 6 contra 4 de Europa) y los últimos diez del Mundial de Clubes (Europa 9 contra 1 de Sudamérica).
Seguramente, la historia con Peñarol y Nacional en la Intercontinental habría sido diferentes si aquellos campeones del mundo hubieran tenido pasaporte comunitario y hubieran jugado en la época de la Ley Bosman. Probablemente, muchos de ellos habrían jugado en Europa, y en los clubes más importantes.
Volviendo a la actualidad, un Gremio reconocido por practicar el mejor fútbol de nuestro continente, no fue rival para un Real Madrid que fue a cumplir y ganó de principio a fin. El gran responsable de esa diferencia abismal que existe entre Europa y Sudamérica, no se llama Cristiano Ronaldo, Modric o Toni Kroos. Su nombre es Jean-Marc Bosman, y la ley con su nombre que terminó de concentrar el poderío deportivo en los mismos lugares donde está el poderío económico.
El hombre que eliminó las fronteras
La era del fútbol negocio, de los futbolistas multimillonarios y de más relación que nunca con la política y elpoder; llegó de la mano de la sentencia deportiva más importante hasta la fecha. Jean-Marc Bosman ha dicho que muchos jugadores le deben todo a él, como artificie de que los clubes europeos fueran incorporando un gran número de futbolistas comunitarios, que en algunos casos ni siquiera mejoraban el nivel de jugadores nacionales.
Desde que se instauró la “Ley Bosman”, todos los equipos ganadores de la Champions League pertenecen a una de las cuatro ligas más importantes de Europa (España, Inglaterra, Alemania e Italia). La única excepción es el Porto de Mourinho en el año 2004. Por algo se dice que la Ley Bosman fue una de las primeras señales de globalización en el mundo, hecho que se puede corroborar al ver la escasa cantidad de jugadores nacionales que hay en los equipos más importantes de Europa. De la mano de la ley que lleva el nombre de aquel desconocido jugador belga, el fútbol dejó de lado el romanticismo y fue mutando hacia un espectáculo o un negocio, según cómo se lo mire. Pero algo es seguro, ya no es lo que supo ser, gracias a Bosman.