El título conseguido en Quito, con cierta luz y total justicia, premia a los jugadores y los técnicos que estuvieron allí, pero también le da aún mas brillo al trabajo que viene realizando la selección uruguaya de fútbol desde hace más de 10 años. Un excelente plan, bien ejecutado, algo que no abunda en nuestro país, le permitió a La Celeste recuperar su calidad de potencia sudamericana a nivel juvenil, un rótulo que había perdido en el primer lustro del milenio. La vuelta olímpica en Ecuador apuntala, por si hacía falta, a una estructura tan inteligente como imprescindible y legitima a una forma de trabajo que algunos aún consideran cara e innecesaria, pero que con el tiempo se visualizará como el mayor legado del llamado proceso Tabárez.
La presencia de varios jugadores consolidados en primera y la evidente dosis de talento en mitad de cancha hacia adelante, generaban de antemano cierta expectativa. Sin embargo, dos empates sufridos ante Venezuela y Argentina generaron un aluvión de críticas, bastante exageradas si se analizaba mínimamente el escenario general.
La calidad de los rivales, el penoso estado de la cancha y, especialmente, la dificultad innegable que implica jugar en la altura, eran elementos suficientes como para ser un poco más pacientes. Era cierto que Uruguay no había jugado bien y que, por momentos había sido superado, pero también que, pese a eso, había estado a punto de ganar ambos partidos.
A mi gusto, esa capacidad de pelear a pesar de estar lejos del ideal futbolístico, de llevarse algo aún sin estar cómodo con las condiciones (altura, campo) ni con el rendimiento propio, habla muy bien de un equipo, especialmente de un equipo uruguayo.
Tras los empates y las críticas, el equipo de Fabián Coito mejoró su funcionamiento y cerró la primera fase con dos victorias muy claras, obteniendo el primer lugar del grupo. Claro…le había ganado solo a Perú y a Bolivia -una medida no tan clara- y ahora tenía que confirmar la mejoría ante los adversarios más calificados. Encima, había que viajar a Quito, lo que implicaba jugar 500 metros más arriba.
Al abordar el hexagonal final, Coito decidió modificar la estructura del equipo, sumando definitivamente a Carlos Benavídez a la mitad de la cancha y colocando más sueltos a Nico De La Cruz y Rodrigo Amaral para acompañar a Nicolás Schiappacase.
Uruguay mejoró su capacidad de presión, liberó a Rodrigo Bentancur y a Facu Waller, dejó la bandas libres para dos laterales que van muy bien arriba -especialmente Mathías Olivera- y generó muchas molestias por el centro. Como era de esperar, Argentina y Brasil impusieron sus condiciones en ciertos momentos, pero La Celeste mostró una enorme madurez para esperar su turno, aprovechar errores y definir con contundencia.
Colombia fue la parada más sencilla y, tras caer ante Venezuela en forma contundente, el equipo mostró una enorme calidad para derrotar, pese a algunas bajas muy importantes, a la selección local.
Fue una consagración contundente, ya que el campeón le sacó 5 puntos a los escoltas y ganó cuatro de los cinco partidos de la ronda final.

Es hermoso ganar campeonatos, pero si Uruguay perdía con Ecuador -que no hubiera sido tan raro- el concepto general debería ser exactamente el mismo. Uruguay, de un tiempo a esta parte, tiene una identidad clara. Por supuesto que no todos los equipos a los largo de los años han jugado exactamente igual, porque todas las generaciones son distintas y la calidad de los futbolistas va cambiando. Pero todos han sido ordenados, fuertes y resistentes. Todos los equipos uruguayos, siendo algunos más atractivos a la vista que otros, saben sufrir, son combativos, competitivos y difíciles de vencer, no solo a nivel sudamericano sino a nivel mundial.
Eso ha permitido estar siempre en los mundiales Sub20 y casi siempre en los Sub17, algo que no podemos decir de ninguna otra selección sudamericana, ni siquiera de Argentina y Brasil.
No hay milagros. Ni que hablar que una parte del éxito se debe a nuestra cultura deportiva, nuestra tradición futbolera y la cantera inagotable, blablabla. Pero la explicación por excelencia es el trabajo de las selecciones nacionales permanentes, esas que nunca paran. La clave es captar a los jugadores cuando apenas tienen 13 o 14 años para colaborar con su formación integral, con la ayuda de técnicos, preparadores físicos, psicólogos y nutricionistas. Al final del día, la clave es estar cerca de ellos.
Tabárez, que es la cabeza del proyecto y el entrenador de las súper estrellas de la mayor, no solo sabe los nombres de todos los Sub15, sino que charla con ellos en el Complejo y conoce cada una de sus historias, muchas de ellas c
argadas de dificultades.
Con la ventaja demográfica que da Uruguay, perder un solo talento implica un gran retroceso. Cuando la estructura de la selección capta tan temprano, potenciando habilidades y completando la tarea diaria de los clubes, achica el margen de error.
Naturalmente, no todos van a a llegar a la mayor, pero los que lo hagan llegarán siendo mejores, con decenas de partidos internacionales en el lomo, cientos de experiencias acumuladas y otras tantas pautas de convivencia asimiladas. Y los que no lleguen a la selección, o incluso los que no lleguen a primera, seguro van a tener herramientas para ser mejores, como futbolistas y como hombres.
Por todas esas cosas, Rodrigo Amaral, que ya había acariciado el título en 2015, tuvo la chance de levantar esta copa, una copa que resultó esquiva durante 36 años.¿Es un buen mensaje, no? El éxito como fruto del trabajo, de una estrategia bien pensada y de una ejecución profesional. No es casualidad, ni solo talento. Es dedicación, es esfuerzo.
Sí, es un buen mensaje, que incluso trasciende el fútbol.
La selección mayor y los juveniles
De la última convocatoria, 11 de los 24 jugadores pasaron por el proceso juvenil que comenzó en 2006
Jose María Giménez (2013, vice campeón del mundo)
Gastón Silva (2013, vice campeón del mundo en sub17 y sub20.. Hizo también sub15)
Sebastián Coates (2009)
Matias Vecino (2011. Hizo el gol que devolvió a Uruguay a los JJOO, tras más de 80 años)
Laxalt (2013, vice campeón del mundo)
Giorgian De Arrascaeta (2013, vice campeón del mundo).
Nico Lodeiro (2009)
Gastón Ramírez (2009)
Edinson Cavani (2007)
Abel Hernández (2009)
Luis Suárez (2007)