En los últimos meses, el fútbol mundial ha asistido a una proliferación de hechos que marcan el auténtico fin de los meta relatos. Plaza campeón en Uruguay, Leicester (o como dice Giovanelli, «Leista») en la lejana Inglaterra. Brasil afuera de la Copa en primera fase, Forlán insultado por la misma parcialidad que aplaude las incursiones de Marcel Novick. Islandia amenaza con conquistar la Euro y Godoy Cruz a punto estuvo de dar la vuelta en la hermana República Argentina, con el Morro -suplente en el Nacional de Pelusso- como figura excluyente. No sería de extrañar que Independiente del Valle conquiste las Bridgestone (con gol de rabona de Pichón Núñez) y que el inminente Uruguayo Especial quede en manos del poderoso Boston River.
Lubo Adusto Freire
¿Qué nos está pasando? ¿Acaso Vázquez y Sendic no nos prometían certezas? Acá la única certeza es que estamos convirtiendo al fútbol, ese deporte noble en el que el pundonor y la capacidad para incidir en las decisiones del árbitro parecían ser, hasta no hace mucho, las únicas armas nobles a las que uno podía echar mano a la hora de asegurar una victoria, lo estamos convirtiendo, decía, en el reino de lo impredecible, en una democracia mal entendida, en un caos disfrazado de igualdad.
Pues ahora parece que cualquier equipillo de poca monta puede, con dos líneas de 4 bien paraditas y un par de punteros movedizos, ingeniárselas para arrebatarle la gloria a los tradicionales dueños de los medios de producción futbolera. Esta revolución que socava las bases del statu quo de nuestros fields nos recuerda que el fútbol es una herramienta social potentísima que, puesta en las manos equivocadas, puede desencadenar una debacle de escala mundial. Créame lo que le digo: más vale equipo grande conocido, que equipo debutante por conocer.
Ya lo dijo Almagro: no toda revolución es buena. Si resistimos el empuje inicial de creernos el cuento de hadas que nos querrá convencer de que es buena cosa que cualquiera tenga chances de ser campeón, y nos ponemos a analizar los factores de neta índole cosmomacrosocial que entran en juego cuando un balón lanzado por pies inexpertos cruza el umbral de la goal line, no tardaremos en comprender el peligro que conllevan los aparentemente ingenuos y hasta pintorescos festejos de estas instituciones en desarrollo.
Un pueblo con campeones nuevos todos los años es un pueblo sin memoria. Fijesé nada más en el ejemplo argentino: un país con todos los climas al que han hecho trizas. Ni menenistas ni kirchneristas, no: lo han destrozado los Arsenales, los Godoycruces, los Atléticotucumanes, y los Patronatos que han desplazado a los campeones de siempre.
Me quedé sin saldo como para fijarme, pero apuesto que el rendimiento en las pruebas Tisa de los pibes argentinos ha de ser aún peor que el de los botijas uruguayos. La explicación es clara: el joven que cree que hoy se va a la B y mañana pelea el campeonato sin motivo aparente, incluso hasta con los mismos jugadores, se cree que su vida funcionará de la misma manera. Y si mañana va al parcial de Historia sin estudiar y se saca 1, mañana pretenderá salvar al darlo nuevamente sin estudiar, dado que los pueblos viven en función del fútbol que los rodea, algo que hace décadas apuntaban pensadores del calibre de un Durkheim o un Martin Kesman.
Grande será su disgusto al ver que no habrá goles de Villoldo o de Vardy que le respondan quiénes se enfrentaron en la Guerra de los 100 años. Y así, desilusionado por las promesas de este falso socialismo futbolero salvaje, abandonará los estudios y caerá en las garras del alcohol, la pasta base, la cumbia cheta o cosas aún peores, como ser community manager o panelista de Esta Boca es Mía.
Flaco favor le hizo el Defensor del 76 a nuestra sociedad al poner en cuestión la valía de nuestros dos grandes baluartes identitarios, como lo son Nacional y Peñarol, Peñarol y Nacional. Afortunadamente, un periodista serio como lo es Santiago Díaz se ha lanzado a la noble aventura de desenmascarar a ese núcleo de enemigos de la patria vestidos de violeta, que sentó las bases de un balompié destinado -desde entonces- ya no a la gloria sino al fracaso.
Por todo lo antedicho, salga desde aquí el eterno agradecimiento a los colegiados de turno, verdaderos héroes de remera ceñida y silbato o bandera a cuadros, que en un mundo plagado de aparente igualdad salen al campo a proteger el orden establecido, a garantizar el normal accionar de las instituciones que llegaron a este mundo a poblar vitrinas con trofeos, y a recordarle a los demás que en el fútbol, como en la vida, hay derechos de piso que no se terminan de pagar jamás.
Porque cuando un árbitro inventa un penal a favor de un cuadro grande, no se está salvando él: nos está salvando a todos.
6 comentarios
Che Lubo, vos sos imbecil? Como vas a decir que «los pueblos viven en funcion del futbol que los rodea»? Pensas que los pueblos tienen solo mierda en la cabeza? Martin Kezamn hace decadas era un niño y si Durkheim dijo eso cita de donde sacaste esa idea tan desgraciada. Mira que suelo leer muchas estupideces pero esta me saco de quicio. El futbol es pan y circo, mafia pura, nada mas que un negocio, el futbol es una de las manifestaciones mas capitalistas que existen donde algunos goles le deja millones a unos pocos mientras multitudes estupidizadas festejan.
No me tutee.
En la obra de Durkheim, «Las reglas del método sociológico» del año 1895, en la página 369, tercer párrafo, está clarito lo que plantea el señor Lubo. Así que señor Lubo lo felicito, muy pero muy bueno su artículo, 100% de acuerdo en todo!!!
AMO que el primer comentario haya sido en serio. Adusto, un prócer es usted.
Gracias mijo.
No afile machos.