l   julio 12, 2020   l  

Morirse debe ser dejar de caminar solo





Por Juan Stanisci

A partir de una canción de Joaquín Sabina reconstruimos parte de la historia del Liverpool. La ciudad obrera, The Beatles, sus símbolos, sus próceres y sus tragedias. Hasta llegar a hoy donde pueden ser campeones después de treinta años, pero sin su gente. Escribe Juan Stanisci.

En la década de 1980 Joaquín Sabina comenzaba a hacerse conocido en su España natal, luego de siete años de exilio en Inglaterra. El disco que lo empezó a catapultar a la fama fue “Juez y parte”. En él hay una canción bastante olvidada de su repertorio llamada “Balada de Tolito”. La canción está dedicada a un mago linyera que andaba por los vagones de los trenes regalando su magia a cambio de unas monedas para poder llenar cada noche su copa con vino. Para Tolito canta Sabina, “morirse debe ser, dejar de caminar”.

También en la década del ochenta, pero al otro lado del Canal de La Mancha, el Liverpool atravesaba sus tiempos más dorados: seis ligas inglesas, dos Copas de Campeones de Europa, dos FA Cup y cuatro Copa de la Liga Inglesa. La década anterior también estuvo plagada de títulos. Al final de cada temporada, con cada copa alzada se escuchaba en Anfield Road: “You’ll never walk alone” (Nunca caminarás solo). Mientras caminaran juntos, seguirían vivos.

1963. Abrir una ventana a la fantasía

Hay quienes dicen que Liverpool FC es un invento de un tal Bill Shankly. Hacía sesenta y ocho años de la fundación del club cuando sus caminos se cruzaron. Shankly no era un técnico exitoso y las vitrinas del Liverpool tenían bastante espacio entre copa y copa. En 1959 el escocés Shankly venía de dirigir a varios clubes del ascenso inglés y el Liverpool estaba desde hacía cinco temporadas en la segunda división.

Shankly no solo llenaría las vitrinas de Anfield Road sino que cambiaría la forma de ser del equipo y sus hinchas para siempre. Con su llegada el Liverpool ascendió y ganó tres ligas inglesas, dos FA Cup y una Copa UEFA. No contento con esto, Shankly hizo que el equipo empezara a vestirse todo de rojo para imponer respeto a sus rivales; que al final del túnel que lleva a la cancha hubiera un cartel que diga “This is Anfield” (esto es Anfield) para que los jugadores supieran que camiseta defendían y los rivales dónde estaban jugando; y que la unión entre hinchas y jugadores se dé a través de un himno llamado “You’ll never walk alone” (nunca caminarás solo).

Mientras Anfield Road se llenaba cada fin de semana por la tarde, por la noche el lugar del momento en Liverpool era The Cavern, el lugar donde solían tocar The Beatles. No deben existir muchas ciudades dónde el comienzo de una etapa exitosa de un equipo coincida con una explosión musical como la que se dio en Liverpool. Pero en The Cavern no solo tocaban George, Paul, Ringo y John. También estaban Gerry and the peacemakers.

Si les digo éxito, Brian Epstein, George Martin y Liverpool, el camino parece dirigir solamente a los Beatles. Pero había otra banda que tuvo éxito, fue apadrinada por Brian Epstein, grabada por George Martin y venía de Liverpool: Gerry and the peacemakers. Habían arrancado en 1959, el mismo año de la llegada de Shankly, pero fue en 1963 que tuvieron sus primeros éxitos, el tercero de ellos fue “Nunca caminarás solo”. La canción fue escrita durante la segunda guerra mundial para un musical de Broadway. Con el tiempo la grabaron Sinatra y Elvis Presley, hasta llegar a Liverpool.

Shankly era un obsesivo del fútbol. Pero es posible que en sus ratos libres, alguna noche de sábado, fuera a ese bar dónde se reunían los jóvenes de la época para ver a la banda del momento. Es probable que de a poco se fuera corriendo la voz: “El tipo ese que está acodado a la barra es Bill Shankly”. Entonces, quizás con vergüenza, algunos hinchas se irían acercando para invitarle algunas rondas de escocés como forma agradecimiento. En una de esas noches Shankly se cruzó con una canción. Una como cualquier otra. No la cantaban los muchachos que estaban en boca de todos y pronto cambiarían la cultura de occidente. La tocaba la otra banda de la ciudad: Gerry and the peacemakers. Y decía, entre otras cosas, nunca caminarás solo. Quizás entre ronda y ronda, Shankly entendió que eso que sonaba en el escenario de The Cavern podía ser el himno del Liverpool.

Puede que exista una extraña relación entre lo que sucedía musicalmente y que en 1963 los muchachos de Shankly ganaron su primera liga desde la vuelta a Primera División. Al año siguiente, impulsados por su carismático director técnico los y las hinchas de los reds adoptaron you’ll never walk alone como himno. La canción hoy está escrita en su estadio, en bufandas y suena al principio de cada partido con el objetivo de que los jugadores no se sientan solos. Si bien Gerry and the peacemakers no tuvieron el mismo éxito que The Beatles (¿Quién lo tuvo?), alcanzaron una forma de eternidad en las tribunas del Liverpool.

En 1974 Shankly dejaría la dirección técnica del club después de quince años. Su lugar fue ocupado por su ayudante: Bob Paisley. Iniciando una segunda etapa de logros, que incluso llegaría a superar la de Shankly.

El Liverpool de Paisley continuaría el legado de Shankly al punto de ganar veinte títulos entre los que figuran tres Copas de Europa. En 1983 Paisley dejó el club después de ¡Cuarenta y cuatro años! Había llegado como futbolista en el 39, tuvo un breve alejamiento por ser reclutado para le segunda guerra mundial, pero luego volvió para retirarse en 1954. Siguió ligado al club y cinco años después comenzó a desempeñarse como ayudante de Bill Shankly hasta sucederlo en 1974.

Retorcerle el cuello a la pena

Luego de la ida de Paisley siguieron algunos títulos, pero las tragedias comenzaron a acechar al Liverpool. En 1985 la Copa de Europa enfrentaba a los reds y a la Juventus en el estadio de Heysel, Bruselas, Bélgica. Antes del partido, la mala distribución de entradas generó que la tribuna del Liverpool colapsara de gente. Donde se ubicaban los hinchas reds faltaba el aire y al otro lado de un alambrado sobraba espacio. El alambrado fue tirado produciendo una avalancha que terminó con la vida de 39 personas. El partido se jugó igual. El Liverpool fue sancionado con diez años sin poder participar de competiciones europeas, aunque luego la pena sería rebajada a seis.

Cuatro años después, un Liverpool sin competencias europeas llegaba a la semifinal de la FA Cup, del otro lado estaba el Nottingham Forest. Antes del partido la tribuna con los hinchas del Liverpool colapsó y murieron 96 personas. Este hecho marcó un antes y un después en la historia del fútbol inglés. El filósofo Simon Critchley contó en su libro En qué pensamos cuando pensamos en fútbol que su primo David estaba en la tribuna donde se produjeron todos los muertos esa tarde, tardaron 24 horas en contactarlo. Esa angustia se puede trasladar a todas las familias de todos los hinchas que esa tarde habían ido a ver el partido. El primo de Steven Gerrard, último gran capitán de los reds, también estaba en esa tribuna esa tarde. Es uno de los 96 fallecidos. Tras años de investigación se llegó a la conclusión de que la tragedia, fue responsabilidad de la policía. Hasta el día de hoy, en la parte de atrás de la camiseta, debajo del cuello, está el número 96. La historia vive en los símbolos del Liverpool.

En la temporada 1990 ganaron su última liga. La Premier League fue fundada dos años más tarde. Las vitrinas internacionales se mantendrían intactas hasta el 2005. Veinte años después de la tragedia de Heysel el Liverpool volvía a encontrarse en la final de la Champions League con un equipo italiano, el Milan. El primer tiempo fue un tremendo baile del equipo rossonero¸ donde jugaban Dida, Cafú, Stam, Nesta, Maldini, Pirlo, Gattuso, Seedorf, Kaká, Shevchenko y Crespo. Los primeros cuarenta y cinco minutos terminaron tres a cero para los italianos y todo hacía pensar en que la goleada podía ser histórica. Pero en el segundo tiempo el Liverpool era otro equipo. Xavi Alonso, Gerrard y Luis García anularon al mediocampo del Milan. A base de puro empuje empataron el partido en quince minutos. El Liverpool era puro trabajo, coraje y amor propio. Así forzaron los penales y fueron campeones.

Algo parecido sucedería catorce años más tarde en las semifinales de la misma copa. Habían perdido 3 a 0 en el Camp Nou contra el Barcelona de Messi y Suárez. Para colmo en la vuelta no estaría ninguno de los tres delanteros titulares: Mané, Salah y Roberto Firmino. De nuevo apareció la garra y el empuje. El Liverpool dio vuelta la serie ganando 4 a 0, convirtiendo el último gol a falta de diez minutos y rompiendo todos los pronósticos.

Tampoco fue fácil la final del mundial de clubes ganada hace seis meses contra el Flamengo. A diferencia de lo que suele suceder entre europeos y sudamericanos en los últimos años, el partido fue muy parejo. El equipo carioca fue dominador en varias partes del partido. Pero ya en tiempo suplementario, el Liverpool lo ganó de contra.

El Liverpool de Klopp se metió en el corazón de los y las hinchas, no solo por los títulos sino por respetar la historia. Como dijo en su primera conferencia de prensa: “La historia es nuestro punto de partida”. Una de las mayores virtudes de Paisley y Shankly fue la épica que consiguieron en las noches de copa. El partido contra el Barcelona entra en esa categoría. De los últimos años podemos citar también la semifinal de la Europa League contra el Borussia Dortmund. En esas noches de copa, el Liverpool parece sacar a relucir la mística de Bill Shankly y su origen obrero. Siempre basándose en el trabajo, en no bajar los brazos y en intentarlo hasta último momento. Llenarse la ropa de polvo y barro, como cantaba Sabina sobre Tolito.

Como sucede con el número 96 bordado en el cuello de la camiseta, la historia para los reds no es una efeméride sino algo que está vivo y en constante diálogo con el presente.

Le cuelgan a la noche un interrogante

Febrero del 2020 fue el último mes de esa cosa rara llamada normalidad en casi todo el mundo. Y cuando digo casi todo el mundo es casi todo el mundo. Desde Corea hasta Chile, pasando por Italia, México o Dinamarca. La mayor parte de los países quedaron tapados por la pandemia del Covid-19. El único lugar que venía atravesando tiempos distintos ya en febrero, era una ciudad obrera en Inglaterra: Liverpool.

Los reds estaban primeros en la tabla con veinticinco puntos de ventaja sobre el Manchester City. El equipo de Jurgen Klopp sin ser vistoso, era una aplanadora. Durante el primer semestre solo perdió dos puntos, en el empate uno a uno contra el Manchester United. Este año, una semana antes de la suspensión de la Premier League tuvo su primer derrota: 3 a 0 contra el Watford. Pero la caída no modificaba mucho el panorama, con el triunfo el fin de semana siguiente ante el Bournemouth la liga quedaba servida por primera vez en treinta años. Solo faltaba que el Manchester City perdiera el fin de semana siguiente o, a lo sumo esperar dos semanas más para que, con 24 puntos por jugarse, la ventaja sea inalcanzable. Pero en eso llegó el Coronavirus.

La Premier League junto con las grandes ligas europeas fue suspendida. Cuando la pandemia azotaba con fuerza los principales países europeos pensaron en dejarla sin terminar. A medida que el nivel de muertes y contagios fue bajando se empezó a barajar la vuelta del fútbol. Finalmente la Premier volvió. Y diez días después el Liverpool fue campeón. De la mano de Klopp, Henderson, Mané, Firmino, Alexander-Arnold, Van Dijk y Salah. Un máquina de ganar que no necesitó ser vistoso para ser aplastante.

Treinta años esperando este momento para tener que verlo por streaming o televisión. Sin poder salir a las calles. Emborracharse sin fin en un pub. O cantar en las tribunas de Anfield Road hasta que los pulmones queden sin aire y las gargantas se quiebren: you’ll never walk alone.

Pero a Anfield van a volver tarde o temprano. Mientras esperan los y las hinchas reds, pueden hacer como Tolito y beber dos copas más, sabiendo que morir es dejar de caminar. Y en Liverpool todos saben que, aunque las tribunas estén vacías, nunca caminarán solos.

Esta nota fue publicada también en el sitio Lástima a nadie, maestro

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