¿Puede un jugador dejar una marca sin haber ganado títulos en 20 años como profesional? La historia del “Canario” Pablo García dice que sí, que todavía hay público para las películas de antihéroes.
El deporte moderno nos enseña todos los días que quienes lo juegan son prácticamente una casta de deidades inalcanzables de vidas que rozan la perfección en una existencia marcada por la fama, la fortuna y la gloria deportiva. Muy, muy lejos de esas estrellas; estamos los meros mortales que admiramos todo eso desde un plano que difiere en mucho más de lo que podía hacerlo en épocas no tan lejanas, en las que los deportistas de élite se parecían un poco más a nosotros. Tal vez sea por eso que a algunos nos gusta identificarnos con aquellos deportistas que muestran rasgos que los convierten en “uno de los nuestros”. Ni más ni menos que eso fue Pablo García, un hombre que para algunos fue un perdedor y para (nos) otros fue un ídolo pese a que su carrera deportiva pasó lejos de la calle que llaman éxito.
Aquella idea de que “se juega como se vive” ha querido ser derribada por muchos, con el argumento de que el fútbol es apenas una parte de la vida y no tiene por qué necesariamente reflejar la personalidad o la manera de vivir de quien lo juega. Pablo García fue un practicante a ultranza de esa máxima, tal vez como pocos jugadores, viviendo cada partido como una batalla a la que había que jugar con el mismo gesto adusto y dientes apretados que cuando empezó en los campeonatos de su pueblo. Ahí en Joaquín Suárez, ciudad del departamento de Canelones que hoy tiene poco más de 6500 habitantes, el Canario (para quienes leen esto fuera de Uruguay, así se les dice a las personas oriundas de aquel departamento lindero a Montevideo) le agarró el gusto a la lucha en el mediocampo y en la vida, dejando los estudios para ponerse a trabajar en panaderías y puestos de frutas y verduras. El fútbol profesional lo conoció jugando con la camiseta de Wanderers, club al que fue como aspirante después de escuchar un llamado en la radio de su pueblo. El resto es historia.
¿Y cómo es él?
Si cuando pensamos en un 5 zurdo argentino nos viene a la mente la imagen icónica de Fernando Redondo, en cambio una versión uruguaya será inevitablemente como Pablo García. Su andar no será elegante, su melena no será blonda y lacia, sus facciones no serán agraciadas. Será hosco y de pocas palabras dentro y fuera de la cancha, caminará con la cabeza gacha y con la timidez de aquel que se siente abrumado por el bullicio; pero al ir a cada pelota o al expresarse económica pero contundentemente, mostrará la seguridad de aquellos que no se achican con nada ni ante nadie. Así era aquel volante espigado, flaco, con vincha, el gesto siempre torcido y una voz como antigua; lejos de lo que se podría definir bajo los criterios del fútbol moderno como un tipo “con pinta de jugador”. Sin embargo, en el trote cansado y lejano a la armonía del Canario García también había una pierna izquierda capaz de colocar tiros libres en el ángulo como nunca se vio hacer a Fernando Redondo, de meter un preciso cambio de frente o de pisarla para sacarse a un rival de encima. Eran aquel caminar pesaroso y lo sombrío de su figura los culpables de engañar a los que pensaban que era apenas un pegador de patadas.
Agresivo, con gran aplomo y buena lectura de los partidos; el Canario siempre jugó de Cinco porque su ídolo y espejo fue su padre, un clásico centrojás uruguayo que salió tres veces campeón con la selección del departamento de Canelones. Tal vez de ahí sacó su manejo de los tiempos constante, el tiro libre preciso o la patada perfecta; características que hicieron de él un jugador único y diferente al preconcepto de cómo debe ser ese hombre que se calza la 5 celeste. No ha habido muchos volantes centrales uruguayos que se destacaran por una cierta dosis de habilidad, mucho menos por hacerlo con la pierna izquierda. Sin embargo, la parte técnica quedó opacada ante el recuerdo del jugador aguerrido y temperamental que la mayoría tiene presente por sus tarjetas y otros momentos como el de la conferencia de prensa en Grecia en la que se enoja con el traductor por no traducirle correctamente la palabra “huevo” (atributo que le había asignado a la hinchada del PAOK). En lugares como Uruguay, Pamplona o Salónica; pierna fuerte y dientes apretados matan zurda sensible. Ojo, no quiere decir que no supiera pegar. Llegado el caso, había pocos como él en el arte de la pierna fuerte.
En aquella selección uruguaya que jugó el Mundial 2002, había una columna vertebral conformada por tres zurdos: Paolo Montero, Pablo García y Álvaro Recoba. Montero era un artista de la patada y un marcador implacable, pero jamás pudo patear un tiro libre. Recoba era un mago capaz de meter un cambio de frente de 40 metros, meter goles olímpicos o tiros libres imposibles; pero nunca se lo vio pegar o marcar férreamente a nadie. En cambio, el pie izquierdo de García podía vibrar en la misma frecuencia sensible que el de Recoba y pegarle como él y al mismo tiempo era capaz de operar en la misma que Montero (esto es a 220v) y pegarles como él. Eso lo hacía único, casi como si se tratase de una fusión de Rodrigo Bentancur con el Indio Morán, por dar un ejemplo gráfico. En ese Mundial, dejó un toque de esa calidad. Basta poner “Darío Rodríguez gol mundial” en YouTube para ver lo que hace el Canario. Córner ejecutado por Recoba, despeje de la defensa que recibe García afuera de la medialuna, la mata con un toque sutil de zurda y da otro toque con su rodilla izquierda antes de dejarla caer y, sin que toque el suelo, impulsarla hacia su izquierda, donde venía Darío Rodríguez que la calzaría de lleno para meterla en el ángulo y decretar el gol que fue catalogado como el cuarto mejor de la historia de los Mundiales.
Así jugaba aquel volante central que mandaba en el juego y se adueñaba de la pelota, el líder que se colocaba delante de la defensa y desde ahí se convertía en el eje de todo. Distribuía bien el juego e incluso tenía buen remate desde media distancia, como demostró en la que podría decirse que fue su tarjeta de presentación ante el gran público: el golazo de tiro libre que ponía por delante a Uruguay frente a Argentina en la Final del Mundial Sub 20 de Malasia 1997.

A destiempo va este corazón
¿Cómo contar la historia deportiva del Canario García sin hacer hincapié en lo que algunos definirían como “mala suerte”? En un mundo regido por el éxito, muchas veces olvidamos que todos –incluso los más ganadores- pierden más de lo que ganan. Aquellos que soportan estoicamente, son los perdedores que se saben perdedores y siguen adelante pese a llegar a destiempo a aquellos lugares a los que todos quieren ir.
En aquella Final del Mundial Sub 20, Pablo García tenía a su alcance algo único, aunque fuera a nivel juvenil. Volver a poner a Uruguay en la cima del mundo futbolístico, con el 5 en la espalda, contra Argentina y con un gol suyo era como varios sueños del pibe en uno solo. Sin embargo, como tantas otras veces, la historia tenía otra idea. Con la gloria corriéndole la cara sin darle una oportunidad, Pablo García vio coronado su gran Mundial con el pase al fútbol europeo, aunque recalar en el Atlético Madrid B no parecía la opción más rimbombante para un jugador de su jerarquía y proyección. Una cesión al Valladolid, en el que no llegó a debutar, fue el preámbulo para una temprana vuelta al fútbol uruguayo en un intento por volver a impulsar su joven carrera. Así, tan a destiempo como otras veces, llegaba a un grande de Uruguay. Siendo él hincha de Nacional, lo esperaba Peñarol, un equipo que venía de ganar un Quinquenio con los títulos de 1993, 94, 95, 96 y 97 bajo el liderazgo de Pablo Bengoechea dentro de la cancha y Gregorio Pérez fuera de ella. Pero el Peñarol de 1998 no ganaría el título, ni Pablo García tendría un pasaje recordable por el Aurinegro, que volvería a consagrarse campeón uruguayo en 1999, ya sin García en su plantel. Tras su vuelta al Atlético Madrid B, siguió una cesión al Milan, un lugar al que pocos uruguayos han llegado (de hecho, es el único uruguayo en haber jugado en el Milan y en el Real Madrid). Esa temporada lo vio jugando pocos partidos en el Rossonero, que además terminó en un poco habitual sexto lugar en la Serie A. Llegaría una nueva cesión, al Venezia, donde conocería el descenso.

Otro de los desencuentros del Canario con la gloria llegaría años más tarde, cuando recibió el interés del Barcelona y el Real Madrid y optó por el equipo madrileño, un club habituado a ganar y que, al momento de la llegada de García, contaba en su plantel con los famosos “Galácticos” (Zidane, Ronaldo, Beckham, Figo). No sería campeón el club Merengue en el único año de un hombre que no podía sentirse más sapo de otro pozo que en un lugar lleno de estrellas que filmaban comerciales y películas entre perfumes y autos de alta gama. ¿Qué equipo ganaría la Liga ese año? Sí, el Barcelona al que el Canario optó por no ir, con Ronaldinho, Xavi, Iniesta, Etoo y el comienzo del periplo de Messi. En la debacle del Madrid galáctico, su perla más recordada fue cuando en la zona mixta del Bernabéu le dijo a un periodista que le preguntó por la mala situación deportiva del club: “cuando la cuerda viene cagada, hay que agarrarla con los dientes”. Del Real Madrid saldría en sendas sesiones al Celta y al Murcia, lugares en los que fue más noticia por expulsiones o sanciones que por actuaciones destacadas.

Y si hablamos de desencuentros, no está de más recordar la historia del Canario con la Celeste. Una historia que a nivel de mayores no fue escasa (66 partidos) y tuvo una participación mundialista y dos en Copa América, portando el brazalete de capitán en varias ocasiones. Mucho más de lo que cualquier mortal que se dedica al fútbol puede soñar, por supuesto. Pero al mismo tiempo, parece también una historia signada por la mala suerte. No le tocó una buena época en lo institucional, más bien todo lo contrario. Eran años de clasificaciones esporádicas a las Copas del Mundo, de poca identificación de la gente con la selección, de un Estadio Centenario a medio llenar y spots televisivos que alentaban al público a acompañar a la selección. Hubo una pieza que buscaba vender entradas, en la que se mostraba a Pablo García mientras un locutor decía “García viene, ¿vos venís?” (también había otra igual con Paolo Montero), pero no había caso, no eran figuras muy cercanas a un hincha uruguayo que no creía mucho en su selección. En el medio, le tocó llegar a una Final de Copa América (en Paraguay 1999) y volver a ser esquivado por la diosa fortuna que se fue con el poderoso Brasil de Ronaldo y compañía.
Terminada aquella era, comenzaba el proceso de selecciones comandado por el Maestro Óscar Washington Tabárez. La primera gran instancia que se presentaba era la Copa América 2007, para la que el Maestro consideraba a García un jugador clave. En aquella copa, Uruguay llegaba a Semifinales contra Brasil, perdiendo por penales con el Canario errando el que le daba la victoria a Uruguay con un tiro que pega en el palo y pasa por detrás del arquero, dando toda la sensación de haber entrado. Lo gritamos todos, hasta Tabárez desde el banco. En esa definición también erraron Diego Forlán y Diego Lugano, pero lo que la gente recuerda es el que erró García.

Llegaban las Eliminatorias para Sudáfrica 2010, con Pablo García como el Capitán elegido por Tabárez para el primer partido. Jugaría luego en Paraguay, partido que Uruguay perdería 1-0 y sería su último partido en la selección. Tenía apenas 30 años, pero eligió irse porque entendía que a esa edad ya no podía sostener la exigencia de cumplirle a su club y a la selección. Al volver de Asunción, se presentó en la conferencia de prensa en el Complejo Celeste y dijo visiblemente emocionado: “Hasta acá llegué”. Un dolor en el gemelo izquierdo, sobre la cicatriz de un desgarro que había sufrido un mes y medio antes, era la causa de la lesión y de la decisión del “Canario”. “Jugué jorobado el último partido en mi club, no me daban las piernas; encima perdimos, fue todo un desastre. Jugué para cumplir y después me tomé el avión y me vine para acá. No se puede estar en todos lados, el viaje es cansador, ya tengo 30 años. Me cansé del viaje y a esta altura tengo que entrenar a menor ritmo, no puedo hacerlo como lo hacen los jóvenes”. Entre la sorpresa de los periodistas y las preguntas que se sucedían, el Canario respondía como siempre: “sin cassette”. “Soy consciente de que el club español (Osasuna) me paga y si tengo que jugar en una pierna, tengo que jugar igual. También me muero por estar en la Selección. Pero me parece que ésta fue la última vez. Muero por esta camiseta, pero ya las cosas no son como cuando era joven”, dijo. La conferencia terminó cuando al más recio de los recios se le humedecieron los ojos y recibió la ovación de los periodistas como reconocimiento.
“Lo de Pablo García lo tomé como una reacción emocional. Se le juntaron algunas cosas y lógicamente se encontraba deprimido por lo acontecido. Tanto en mi caso, como en el de todos mis compañeros, lo seguimos considerando un integrante de la Selección. Es un líder, el referente de Uruguay. Lo necesitamos”, manifestó poco después el Maestro Tabárez. El entrenador dijo a los medios que la decisión de alejarse de la selección era del jugador y que no había que apresurar los tiempos ni tomar decisiones en caliente, así como que tampoco García se sintiera prisionero de sus palabras. Tajante y esperanzado con que el Canario reviera su decisión, el Maestro dijo: “Todo lo demás es mediático. Le hice saber que una simple lesión muscular no lo puede alejar de la Selección”. Pero el Canario jamás regresó. No es descabellado pensar que pudo haber sido parte del Mundial de Sudáfrica y la Copa América de Argentina, el ciclo que volvió a enamorar de la camiseta color cielo al público uruguayo. Pero no pudo ser, otra vez los tiempos del Canario y las mieles de la victoria tomaron caminos distintos. No hay otro deporte más injusto ni que se parezca más a la vida que el fútbol.
Y sin embargo…
También hubo lugar para una épica del Canario García como héroe; que tuvo como escenario a dos lugares arquetípicos del “Lado B” del fútbol, en los que la idiosincrasia de la gente encajó perfectamente con lo que aquel tipo callado y de presencia casi ausente tenía para ofrecer dentro de una cancha de fútbol. En Pamplona, España y Salónica, Grecia; decir Pablo García es decir palabras mayores. Es en esos lugares donde fue feliz, donde demostró su verdadera dimensión, donde lo entendieron y valoraron. El mejor Canario García vistió las camisetas de Osasuna y de PAOK, lugares donde fue y es ídolo.

Tras su oscuro periplo por el fútbol italiano y luego del Mundial 2002, Osasuna puso su vista en él. Es Pamplona un contexto ideal para las cualidades del futbolista uruguayo, o es lo que creen en esa ciudad a partir del desempeño de Pablo García durante las tres buenas temporadas en las que marcó territorio en el medio de la cancha y le plantó cara a lo mejor de la liga española. Los navarros se enamoraron de aquel tipo hosco, de ceño fruncido y mirada fiera que se transformó en un oxímoron con botines. En Pamplona, cualquiera sabe que no existe algo llamado “la sonrisa de Pablo García”. En ese lugar, fue durante algunas temporadas el mejor “mediocentro” del fútbol español y acaparó merecidamente las miradas de los grandes.
En 2008, al finalizar su contrato con el Real Madrid, la vida deportiva del Canario ofreció el penúltimo giro narrativo con su fichaje por el PAOK FC de Grecia. Ahí se vio su versión más “rockstar”, con repetidos enfrentamientos con rivales, un arrebato en el que pateó tres pelotas para adentro de la cancha tras ser expulsado y una absoluta comunión con una hinchada pasional que entendía que si “No García, no Party”. El estrellato por lo hecho dentro de la cancha se correspondía con el amor que le brindaban fuera de ella, tal vez lo que el antihéroe buscaba desde que había salido de Uruguay en 1997. En Grecia echó raíces y hasta se bajó el sueldo en 2012 para que el PAOK pudiese afrontar los enormes problemas financieros ocasionados por la crisis griega.

Al igual que en Pamplona; en Salónica siguió marcando presencia y poniendo pierna fuerte, utilizando los codos con generosidad y trotando con ese ritmo tan suyo mientras su privilegiada zurda manejaba los hilos de un equipo hecho a su medida. Tampoco habría títulos, ni una retirada acorde al peso específico del Canario en el equipo blanquinegro. Tras meses sin ser tenido en cuenta por el entrenador de turno, en silencio se fue a préstamo a Xanthi, en la frontera con Bulgaria, el recóndito lugar en el que llegaría el retiro tras jugar solamente cuatro partidos.

Y te llevaste en andas al ángel de los perdedores
Como José Gervasio Artigas, ese prócer al que lleva tatuado en su hombro derecho y mostró al mundo tras su golazo a Venezuela en la Copa América 2007, García encontró la paz en el exilio. Desde entonces, se empezó a preparar para ser entrenador y desarrolló una escuela de fútbol para niños hasta que le llegó la oportunidad de ser entrenador de juveniles en su querido PAOK. Como también entrena como vive, trasladó su manera de pensar a su labor como DT: es así que adolescentes griegos del siglo XXI se forjan como futbolistas mientras escuchan frases del ideario artiguista de boca de ese entrenador que hasta tiene una calle con su nombre en la localidad de Arnaia Halkidiki. Porque está claro que “nada podemos esperar, si no es de nosotros mismos”.

A veces, nuestra mirada altera lo que vemos; pero hay otras en las que queremos que los indios les ganen a los cowboys. García no habrá ganado como jugador, pero su carrera como DT empezó ganando: campeón griego al mando de la Sub 18, otra vez a destiempo, porque todos tenemos derecho a una redención. El hombre que nunca estuvo en la foto de una vuelta olímpica, el que nunca se fue a dormir con la gloria ni salió en ninguna publicidad de shampoo pasó por el fútbol como un reflejo de la vida de la gente común; en la que muchas veces, los buenos no ganan. El tipo sencillo que estuvo en los primeros planos del fútbol fue ídolo en lugares alejados de los flashes, se sintió incómodo entre las luminarias, fue fiel a sí mismo y a sus ideas, jugó mucho y no pasó nunca desapercibido. No habrá ganado; pero ganó otra cosa más importante, como dijo en una de sus últimas conferencias como jugador del PAOK: “Podrán pasar muchas cosas y decirse muchas cosas, pero la última palabra la tiene el corazón de la gente”.
Esta nota fue publicada originalmente en el sitio Lástima a nadie, maestro , con quiénes intercambiamos contenidos.