“Ghiggia se le escapa a Bigode. Avanza el veloz puntero derecho uruguayo. Va a tirar. Tira. Goool, goool, goool, goool uruguayo. Ghiggia tiró violentamente y la pelota escapó al contralor de Barboza. A los 34 minutos, anotando el segundo tanto para el equipo uruguayo”. Así relató Carlos Solé el gol de Alcides Edgardo Ghiggia en la final de Maracaná. Esposo, padre, abuelo y bisabuelo, no necesita más presentación.
Por el «Cabeza Martini»
* Entrevista a Alcides Edgardo Ghiggia para la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (2013)
Ingreso junto a Beatriz Mesui, esposa de Edgardo Alcides Ghiggia (cuarenta años menor), a su hogar en Las Piedras. En el living está el genio del fútbol uruguayo, el que marcó el gol más importante de todos. Con su bastón, su andar encorvando y su mirada intacta, me estrecha la mano y me dice: “tanto gusto”. Nos sentamos los tres en los sillones de la sala y comienza la entrevista. Sin pensarlo, me dispongo a hablar con un mito viviente, con una leyenda, pero con una realidad.
El living es pequeño. Una estufa leña apagada, cargada de premios, trofeos y cuadros, nos enfrenta en el acogedor sitio. Le pregunto por su infancia y me cuenta de su gran pasatiempo: el fútbol. Jugó en ligas del barrio Palermo y Guruyú, y también en la Liga Universitaria. “Nací en La Blanqueada, en Cornelio Cantera. Pasábamos jugando en la calle y el cordón era nuestro aliado. En la calle te divertías más porque era entre amigos y compañeros”.
Al terminar Primaria, Alcides cursó Mecánica Electrotécnica en la Escuela Industrial. Su hermano lo llevó a probarse en la Institución Atlética Sudamérica (IASA) y desde ahí dejó el estudio. “Empecé en la cuarta y después pasé a la tercera. Cuando Sudamérica bajó nos subieron a todos al primer equipo en la B. Arranqué de marcador de punta, pasé de mediocampista y después de nueve. En tercera me pusieron de puntero derecho y no salí más. (Óscar) Míguez era el centrofóbal».
Fue vendido a Peñarol y el húngaro Emérico Hirschl lo hizo debutar durante la huelga general de jugadores en 1949. Más adelante triunfó en el mirasol con la temible delantera, conocida como la “escuadra de la muerte”, integrada por él, Óscar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y el argentino Juan Eduardo Hohberg. Ese equipo, según Ghiggia, fue el mejor que integró.
Posteriormente vino la citación a la selección uruguaya, dirigida por Juan López, que disputó la Copa Río Branco como preparación de Brasil 1950. Los celestes enfrentaron a Brasil en tres ocasiones, lo que les permitió ver su potencial en ataque pero su debilidad en defensa.
-¿A qué iban al mundial?
AEG -¿Nosotros? Íbamos con la idea de ganar y ser campeones. Era bravo porque antes no había TV ni video y jugabas contra europeos sin conocerlos.
-¿Qué recuerdos tiene antes de jugar la final?
AEG -La concentración que hicimos, la preparación que se armó. Siempre la esperanza es la de ganar, no vas a ir con el pensamiento de perder. Las ansias y las ganas de figurar. Conocíamos a Brasil por la Copa Río Branco que jugamos.
-En el Hotel unos dirigentes les dijeron que perdiendo por cuatro goles estaba bien. ¿Qué pensaron en ese momento?
AEG -Fue la noche antes. Vinieron tres directivos y llamaron a Obdulio (Varela), (Roque) Máspoli y (Schubert) Gambetta, los más veteranos. Les dijeron que ya habíamos cumplido, que tratáramos de no hacer problemas dentro de la cancha y que si nos hacían tres o cuatro goles estábamos bien. Cuando estábamos en el túnel, Obdulio Varela nos lo contó y ahí salió su famosa frase: “los de afuera son de palo”, como diciendo que no había que hacerle caso a esa gente. Eso nos tocó íntimamente.
-¿Cómo se aislaron de esas 200.000 personas que estaban en las tribunas? ¿En qué momento se dieron cuenta de que se le podía ganar a Brasil?
AEG -Obdulio Varela nos hizo salir juntos con los brasileros. Si salíamos antes o después nos iban a chiflar. Justo cuando salieron, salimos nosotros. Parecía que los aplausos eran para nosotros. En el gol de Schiaffino nos dimos cuenta que podíamos ganar porque no hubo reacción. No tenían nada adentro para rebelarse y querer ganar. Cuando les hicimos el segundo quedaron como un cuadro frío.
-¿Por qué le pega contra el palo en su gol, cuando Julio Pérez le pasa la pelota? ¿Aún recuerda ese silencio después que la pelota tocó la red?
AEG -El primer gol fue la misma jugada. Entré en diagonal y la dejé atrás (la pelota) para Schiaffino. Creo que (Moacir) Barbosa pensó que la iba a pasar atrás entonces se abrió para cortar el pase. Me dejó un espacio entre él y el palo, entonces a la carrera, en una décima de segundo, decidí ponerla ahí. Entró justo al palo. Ese silencio es imborrable. Más cuando terminó el partido. Festejábamos y veíamos a la gente llorando en la tribuna. Eso te daba un poco de tristeza, ¿sabés? En el festejo Obdulio me levantó y dimos la vuelta con la gente en las tribunas que se quedó tranquila. Volvimos a Montevideo el 18 de julio porque no había cupo para todos y esperamos. Nos mandaron dos aviones bimotor de Pluna. Había un gentío, nunca imaginé que había tanta gente en Montevideo. Fue muy lindo ver a la gente alegre.
Alcides cuenta que en la época no tomó conciencia de la importancia del gol y que luego fue entendiendo. “Tengo discos de (Carlos) Solé, de Duilio de Feo, de Cheto Pellicciari pero mi señora no me los deja escuchar porque dice que me emociono mucho. ¿Y qué querés? Antes cuando era joven no me pasaba, ahora tengo todo eso en mente y me emociono”.
Luego de Brasil 1950, el “veloz puntero celeste” viajó a Italia y jugó nueve años en Roma y uno en Milán. Por ser descendiente de italiano integró la selección “azurra”, lo cual consideró un orgullo. Volvió a Uruguay a los 37 años e hizo una gira con ex jugadores para recaudar fondos para un hospital. Jugó en Danubio, Sud América y se retiró a los 42 años.
-¿Qué diferencias encuentra con aquel fútbol? ¿El pueblo lo reconoce?
AEG -Siempre consideré al fútbol como un espectáculo. Si es bueno la gente va. Hoy se juega mucho al pelotazo. Antes había jugadores “pícaros”, digo yo, dribleadores que hacían buenos pases. Hoy te hacen pases malos. La gente me saluda en la calle y me pide autógrafos o fotos. Es muy lindo porque me hace seguir vivo, cada año tenés que vivir una época distinta.
-¿Cómo la ve a la selección uruguaya?
AEG -Andaba medio a los tumbos. Trajo jugadores más nuevos (Óscar Tabárez), tenía que hacerlo antes. Hay algunos que estuvieron en el mundial (Sudáfrica 2010) o en la Copa América (Argentina 2011) y ya están, tiene que renovar el técnico. Por suerte llamó al botija este Giménez (José María). Siempre dije, cuando hay partidos amistosos hay que llamar a todos estos jugadores y mecharlos a ver si rinden. Cada técnico con su librito.
BM -¿Tú jugaste contra Tabárez, no?
AEG -¿Tabárez? No, jugó conmigo en Sud América. Jugaba de ba izquierdo.
-¿Hoy podría jugar al fútbol?
AEG –No podría porque no utilizan los punteros derechos. Ahora usan los marcadores de punta que les dicen carrileros (con ironía y risa). Podría porque era muy rápido. El futbol ha cambiado.
-Se juega por otra cosa.
AEG -Ahí está. Hoy se piensa mucho en el dinero. Antes jugaban dos cuadros chicos y te llevaban 9.000 personas. Hoy irán, como mucho, 300 personas.
BM -Mucha violencia hay.
AEG -También. Antes cuando jugaban Peñarol y Nacional todos iban entreverados en la tribuna y no pasaba nada. Cambió mucho la mentalidad de la gente, no para el bien, para el mal.
Esta entrevista fue realizada en el marco de un trabajo académico en 2013, mientras Alcides Edgardo Ghiggia se recuperaba de un accidente automovilístico sufrido en junio de 2012. Aun sin sus necesidades económicas satisfechas, entre una pensión graciable otorgada por el gobierno por su título del mundo, la jubilación y el sueldo de Beatriz, el campeón del mundo construía su casa en la ruta, la que compartiría con su esposa el resto de sus días.
Lamentablemente Alcides no llegó a ver su casa finalizada pero dejó el legado del futbolista uruguayo destacado. Una gloria, con todos los honores del mundo, que falleció en una situación económica desfavorable luchando por el sueño de la casa propia, el mismo día que por un gol se convirtió en leyenda. Entre desazón y amargura, el destino quiso que subiera a acompañar a sus compañeros un 16 de julio de 2015.