l   julio 15, 2017   l  

La celeste escribe su página más gloriosa Los followers son de palo





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Todo parecía indicar que Brasil sería campeón. “¿Cuántos le meteremos a Uruguay?”, osó preguntar en su edición digital el Jornal do Brasil. “Seis, siete, ocho”, comentaban los lectores, acaso dejándose llevar por la euforia. Las redes sociales en Uruguay estallaban de expectativa, aunque muchos manejaban que si nos metían menos de cuatro estábamos cumplidos.

Era casi imposible abstraerse del clima de la final, pero Obdulio Varela ya había empezado a tejer su leyenda en los días previos, prohibiendo terminantemente a sus compañeros el uso de internet. Aunque parecía algo impensado en los tiempos que corren, el desenlace le dio la razón. Haciendo gala de un liderazgo sin igual; ni siquiera dejó que leyeran los diarios online, mucho menos que usaran el Whatsapp con todas las cadenas de audios y memes. “No piensen en toda esa gente, el partido no se juega ni en Facebook, ni en Instagram, ni en Twitter. En la cancha somos once para once, y los de afuera son de palo”. Así, el capitán había logrado lo que nadie imaginó: hacer que un grupo de hombres grandes cortaran todo tipo de contacto con el mundo exterior. 100% metidos en el partido, casi como en otros tiempos.

A las 15 horas, el juez Reader pitaba dando inicio a lo que 90 minutos más tarde se volvería leyenda. Las puertas del Maracaná se abrían así para Máspoli; Gambetta, Tejera, Matías González y Rodríguez Andrade; Obdulio Varela, Julio Pérez y Schiaffino; Ghiggia, Míguez y Morán, los once elegidos por Juan López para dejar inmortalizada a la garra charrúa con camiseta celeste, pantalón negro y medias negras. El mismo día de la Final, incluso durante el partido, los jugadores celestes no paraban de recibir solicitudes de amistad, followers y todo tipo de señales de popularidad. Claramente, en ese terreno se estaba jugando un partido que no convenía jugar para no desenfocarse.

Ante 200.000 personas en las gradas, y muchos millones por televisión e internet, la cosa no arrancaba de la mejor manera. Luego de un primer tiempo empatado sin goles, a los 47’ Friaça le daba la ventaja a Brasil y todo se hacía cuesta arriba. Fue ahí donde Obdulio siguió tejiendo su leyenda, porque ese acto de cazar la pelota bajo el brazo para protestar un offside seguramente será caso de estudio en las facultades de psicología del mundo entero. Ahí se empezó a dar vuelta la tortilla a base de juego, empuje y convicción. “Podemos ganar”, nos dijimos todos en lo más íntimo, algunos en voz alta. Seguramente, los jugadores se dijeron lo mismo en su fuero íntimo.

A los 66’, Schiaffino hizo callar a unos cuantos; y a los 79’, Ghiggia logró lo que solo Frank Sinatra y Juan Pablo II: silenciar al Maracaná repleto. Eran las 16.50 cuando un país entero se quedó sin esperanzas, y otro fue más feliz que nunca. Aquel post del popular Juan Alberto Schiaffino en su Instagram el último día que el Negro Jefe les permitió el acceso, resultó premonitorio. Ese “Ay Celeste, regalame un sol”, es material seguro para ser inmortalizado en alguna una canción que represente a aquella expresión de deseo y a las que vendrán en el futuro.

Ya no importa que Alcides no se la haya pasado a Míguez. El “dejala ahí Omar, que ahí está bien” junto con la foto del gol, lleva ya medio millón de “likes” pero no pasa de una chanza entre amigos. Ese es el espíritu de este equipo que logró abstraerse de todo para traernos la copa. El hashtag “#Maracanazo” sigue inamovible como primera tendencia mundial en Twitter, aún luego de varios días. Ahí estamos, una vez más en boca de todos. ¡Uruguay pa’ todo el mundo!

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