La vida es así.
La semivela me da desasosiego, y a las vueltas, pa un lado y pal otro, arranco con mi sucedáneo de contar ovejitas, que es saltar mis propios alambrados de las dimensiones posibles, veraces, verosímiles y encuentro solaz, tranquilidad y dulce conmoción.
“Celeste, cual cielo en calma,
llena de esperanza el alma
del charrúa corazón”
Seguro es un resto diurno del atrofiante proceso al que uno es sometido si unos días antes del partido se lesionan los cracks, y sin criterio, pero sin sentido, empiezan a tirar nombres, a sugerir futbolistas escondidos, a reflotar nuevas oportunidades, a jugar con el sueño de todos nosotros.
Ya no se si es sueño o no. La celeste me abraza, está, estoy y es la sensación más inmensa, más tocante que uno pueda soñar. Entonces estoy soñando.
Pero no.
Tal vez no.
Toy pa jugar 8 minutos.
Pero de 9 bien metido entre los zagueros.
Me llama.
Si, me llama, y el piñazo de adrenalina me nubla la vista , me enciende la vida, y a los tumbos y con disimulo, haciéndome el nunca visto corro esos 50 metros por el túnel de la vida gambetando con torpeza los agoreros tocanucas, burócratas de la opinión consumada que no entienden como estoy ahí.
Ella lo sabe.
La llevo tatuada en el pecho, pero eso parece un sueño. Siento que mi cuerpo hierve, se descompone, pero sigo simulando la calma que precede a la tormenta. Ya esperando para entrar pretendo planchar las palpitaciones metiéndome la celeste por dentro del pantalón, subiéndome las medias, acomodándome el jopo que no tengo, nivel de la cabeza en alto que el Terrible Nasazzi nos legó.
Es la celeste, es la selección, es la gloria misma que como algodones empapapados en alcohol imponiéndose a mis narinas, me levantan, me empujan, me acomodan, mientras ya estoy adentro, y mis piernas , pesadas como los de un matungo no se acompasan con el momento soñado.
Adivino la mofa, entiendo el rumor que concluye ironía, hilaridad y esperanza. Con sus raros peinados nuevos los atléticos centrales del oponente, aprovechan un dedazo para la tribuna para amenizar una rápida charla como si fuesen dos trompetistas de cumbia tomando aire para volver a hacer sonar sus vientos. Hablan de mí. Lo sé. Lo siento. Lo confirmo Los guachos, ante mi primer movimiento se gritan:» dejalo al viejo ese que se marca solo».
¡Conchaetumadre! Pienso, contesto, y espero el rigor, y no la vergüenza.
Al tercer intento de arranque, mi antebrazo modificará los movimientos de su cadera, de la del 3 que con toda su leche, y mirando siempre a la rubia de la tribuna me quiere botijear. Suena un grito de escenografía mientras abre los brazos y cae superado y entonces con la torpeza y la luz que da la vida, de asco nomás, con un rafañoso puntín se la toco contra el palo al golerito serio y pensante, que nada puede hacer, mientras siente el melancólico roce de la globa con las piolas.
Levantaré el brazo mirándote, mirándome y cual un Artigas de cuarta le extenderé el brazo al Pichón de Jara, gozando con su oprobio que es mi reencuentro con la gloria. Bien guacho, no te preocupes la vida es así… Esta es la celeste, este es nuestro sueño, del que seguramente no nos podrán apartar jamás.
¡U-ru-guay nomá! ¡U-ru-guay pa todo el mundo! palpita el corazón y ya no importa nada, nada. Mientras confirmo que es celeste, mi cielo es celeste, y toco el cielo con mis manos.