l   marzo 4, 2017   l  

Opinión El Maestro con 70





U

Una de las tantas cosas que admiro de Tabárez es la fuerza, la voluntad y las ganas de construir un proyecto en Uruguay. Es bastante repetido el discurso de que acá no se puede hacer nada, ¿no?

Si bien yo no me afilio a eso e incluso me siento un enamorado de mi país, soy de los que piensa que en Uruguay hay muchas cosas que son realmente muy difíciles de realizar.

En el caso del fútbol, tal vez como en ninguna otra actividad, se da la particularidad de que hay decenas de uruguayos que se han desempeñado con éxito en el máximo nivel mundial (fundamentalmente jugadores, pero también técnicos y preparadores físicos). Muchos de ellos suelen recordarnos con asiduidad lo desastrosos que somos aquí y lo bien que se hacen las cosas allá. Y es probable que tengan razón, no lo niego.

Pero han sido pocos los que, más allá de los palos y los diagnósticos apocalípticos, se han comprometido en serio para cambiar esa realidad.

Aún sabiendo todas las dificultades «tercermundistas» con las que se iba a encontrar en el camino, el Maestro Tabárez sí lo hizo. No es el técnico ni el hombre perfecto, porque eso no existe ni existirá, pero el tipo se remangó y se puso a laburar, posiblemente con mucho más para perder que para ganar.

Plata no precisaba, así que podría haberse dedicado a sus nietos, a su cargo en la FIFA y, de vez en cuando, a declarar en los medios de comunicación lo espantoso que es el Uruguay. Eligió otro camino, muy lejos de la autocomplacencia, y con 60 años se embarcó en un ambicioso proyecto, entre otras cosas porque sentía que «le debía algo al fútbol uruguayo», como el mismo supo decir en alguna ocasión.

El reconocimiento, que ni siquiera hoy es unánime, estuvo lejos de llegar enseguida. Tuvo que sortear mil obstáculos, entre ciertos resultados adversos y algunos dirigentes impacientes (por ejemplo, amagaron con echarlo al segundo partido oficial). Hasta llegó al punto de enfrentarse a ciertos periodistas intelectualmente deshonestos, quienes, al no contar con las ventajas de las que gozaron toda la vida, intentaron operar para sacarlo del medio.

Al revés de lo que hace la mayoría, Tabárez se les plantó cara a cara y los vapuleó, los dejó pegados para toda la zafra. El tiempo -y los resultados, claro- terminó generando un número récord de panqueques, listos obviamente para darse vuelta otra vez si la circunstancia lo amerita, y algún que otro resentido solitario.

Lo cierto es que Tabárez resistió los malos momentos, que no fueron pocos, y logró seguir adelante con su plan. En otras palabras, supo sufrir, como también sabe hacerlo su equipo, y de esa manera nos demostró a todos que sí se pueden hacer cosas en el Uruguay. No es fácil, claro que no, pero cuando hay talento, ganas, garra, valentía e idoneidad, se puede.

Y el tipo todavía sigue metiendo. Ya veterano y con algunos problemas de salud, no quiere dejar su pasión y, fundamentalmente, se niega a la posibilidad de que, sin su liderazgo, se desmorone todo lo que tanto trabajo costó construir.

Y en el medio del fútbol de la chacras y de las penosas ventajitas, tutelado por Tenfield, Freddy Varela y el Quique Saravia, hay una selección top10 del mundo. Un equipo, con tres o cuatro estrellas y una cantidad de muy buenos jugadores, que es un ejemplo mundial de adhesión y compromiso, dentro y fuera de la cancha. En definitiva, una verdadera isla.

¿Acaso no parecería más probable sentar a Bielsa en la mesa de K-pos? Sí, pero no. Lo de la La Celeste es real y Bielsa acaba de arreglar con el Lille.

Felices 70, Maestro.

Ojalá hubiera más calles Termópilas, ojalá hubiera más uruguayos así. Tendríamos un país mejor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *