l   febrero 21, 2017   l  

Puentes, caños y jopeadas El 10 de Brasil





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Octubre de 1990 trajo a Uruguay a artistas de la talla de Eric Clapton y Sting, que dieron cátedra frente al público oriental, como haría un futbolista brasileño con el público de Central Español como testigo privilegiado. Más o menos todo el mundo conoce el cuento: brasilero mundialista que va a pasar del Sporting de Lisboa al Cesena, pase puente con Central Español como protagonista, donde termina jugando tres partidos y la descose, para luego irse dejando un recuerdo imborrable.

Central había sido campeón en el ‘84, y salvo por los campeonatos de Peñarol del ‘85 y ‘86, seguían siendo equipos «en desarrollo» los que festejaban al final de las temporadas: Defensor ‘87, Danubio ‘88, Progreso ‘89, y sería Bella Vista en ese año ‘90 y nuevamente Defensor en el ‘91.

“A mí me llaman los dirigentes y me dicen ‘Tola, va a venir Silas’, Juan Figer manejaba la situación”. Julio César Antúnez cuenta esta historia que tiene mucho de leyenda, con la misma pasión con la que hablará siempre que se trate de fútbol.

Silas es Paulo do Prado Pereira. En ese entonces, tiene 25 años y ya cuenta con un título mundial Sub 20 con balón de oro al mejor jugador incluido, una Copa América y dos mundiales de mayores jugados con su selección. En el de Italia ’90, jugado apenas unos meses antes, usó la camiseta 10 verdeamarelha, con todo lo que ella conlleva. Una camiseta que usaron Pelé, Rivelino, Zico, Raí, Rivaldo, Ronaldinho o Kaká. “La 10 en Brasil pesa”, dice el Tola Antúnez como para aquilatar a la joya que tuvo bajo sus órdenes en esos tres partidos.

“El negocio para Europa ya estaba. Cuando arreglo en Central, me dan la plantilla y había seis jugadores de la selección brasilera y Central tenía 6 puntos en el descenso. ‘A ver que traemos, porque con esto no precisamos nada’. Se rieron. Central era un equipo puente como lo fueron varios, como lo son varios”, agrega con una sonrisa.

El Parque Palermo, con capacidad para 6500 espectadores, fue el escenario de dos de los tres partidos que jugó Silas en Uruguay, según quien lo cuente con más o menos público. “Resulta que todos los uruguayos vieron jugar a Silas, y en el Palermo nunca hubo más de 600 personas o 700 mirando los partidos”, confirma Antúnez desde su privilegiada posición.

El vínculo de Silas con Uruguay comenzó en Portugal, donde en el Sporting de Lisboa jugó con Rodolfo Rodríguez y fue dirigido por Pedro Virgilio Rocha. Era uno de los más dotados técnicamente del Brasil que jugó los Mundiales del ‘86 y del ’90. En México 1986, un día antes de que Maradona hiciera el mejor gol de todos los tiempos, ingresó para jugar el alargue del partido con Francia (que es catalogado por muchos como uno de los 10 mejores partidos en la historia de los mundiales). Ahí, el joven de 21 años compartió cartel con nenes como Sócrates, Zico o Careca contra la Francia de Platini y compañía. Por penales, Francia llegó a semifinales de aquel mundial.

“Yo tengo un equipo que va primero, vendrá Silas todo lo que vos quieras, pero yo acá tengo gente que tiene hambre. Que no me venga a estropear el equipo”, fue lo primero que dijo el Tola al ser informado de la situación. Antúnez tuvo agarradas con los dirigentes, pero la llegada de Silas, además de las dudas por ver con qué actitud vendría un jugador de selección brasileña, venía acompañada de un dinero para el club y una gira por Europa con 25 pasajes y un mínimo de 5 partidos. Para Central Español, como para cualquiera, era mucho.

1990 fue el primer año del gobierno de Lacalle, y de la gestión de Tabaré Vázquez como intendente de Montevideo. En términos económicos, un dólar barato favoreció la importación en gran escala de productos importados de bajo precio que desbordarían góndolas y vidrieras. Pero no todo lo que llegaba de afuera era de mala calidad, como pudieron comprobar los hinchas de Central y el propio Tola Antúnez, que en octubre de 1990 tiene 34 años y apenas 3 como entrenador.

Figurita Silas Italia 90En octubre de 1990, Diego Demarco tiene 18 años, juega en la cuarta de Central y anhela compartir al menos una práctica con ese brasilero que la rompe. Un año después, se sacaría una foto con él en Italia, durante la gira europea de Central, ya como jugador de primera, ascendido por el Tola. “Yo estaba jugando en 4ta y nos llegó al entrenamiento que venía un crack brasileño a jugar a nuestro club. De plata y pases puentes jamás se hablaba, en esa época uno solo quería llegar a ser jugador profesional”, cuenta quien hoy es el entrenador de la selección uruguaya Sub 15.

En octubre de 1990, Claudio Cabrera tiene 13 años y va a ver a Central con su padre, que por ese entonces era de Peñarol.

En octubre de 1990, yo también tenía 13 años y vivía a 15 cuadras del Parque Palermo. Sin embargo, no fui a ver a Silas. El recuerdo que tengo es de alguno de sus goles en una cancha embarrada mirando el Polideportivo dominical de Telemundo 12. No se corría tanto la bola de las cosas como ahora. En épocas de redes sociales, de mega transmisiones, de coberturas al detalle, el 10 de Brasil en el fútbol uruguayo habría sido un evento más masivo.

Mucho antes de Gamalho y Bressan, y de la expectativa por la eventual llegada de Ronaldinho, el fútbol uruguayo creó un mito similar al que se dio con otro brasileño. “En Uruguay todo el mundo tiene anécdotas de Silas, es como el gol de Manga o el gol de la valija, ¡si estaban todos teníamos una recaudación con Central de la puta madre! Porque los uruguayos somos así. Los goles los pasaron en el polideportivo”, dice Antúnez poniendo las cosas en su lugar.

No todos los brasileños son cracks, pero los que son, parecen jugar como si tuvieran música por dentro, y la transmiten hacia afuera con la magia de sus pies. Si además de crack, un jugador es humilde, es doblemente bueno. Recuerda Antúnez: “Con los pergaminos que traía, practicaba en el barro. Nosotros nos juntábamos a almorzar en el Euskaro Español los domingos y no teníamos donde reposar, y él era un jugador de elite. En un momento puso 6 sillas y se acostó. Impresionante la humildad del tipo, un señor con mayúsculas”.

Mientras el fugaz paso de Silas por el fútbol uruguayo dejaba grabada una música que se toca con los pies y se disfruta con los ojos, los hinchas se preguntan cuántas veces más lo verían jugar en su equipo, pero Antúnez y el plantel saben que va a ser por unos pocos partidos. Todos ellos lo verían después muchas veces por televisión descollando en San Lorenzo, donde fue considerado el mejor 10 de la década del ’90 en el fútbol argentino. El técnico saldría a cenar con él cuando viniera a jugar por Libertadores con San Lorenzo.

Pero ese tesoro personal que significa ese pequeño conjunto de partidos permanece indeleble en la memoria de propios y extraños. “Dejó marcado un momento en la historia de Central, muy difícil que alguien no te hable o conozca el pasaje de él por el club. Cuando comentás que sos hincha de Central, siempre alguno trae a la memoria a Silas”, cuenta Claudio Cabrera con orgullo.

Dicen que la primera impresión es la que cuenta, que los primeros minutos de una película determinan el enganche, y los primeros acordes de una canción despiertan sensaciones o indiferencia. Y el debut de Silas ante Rentistas, otro equipo habituado a los pases puente, no pudo haber sido mejor. Hizo los dos goles del triunfo, el segundo de cabeza, sobre el arco del viejo talud del Palermo. Luego jugó contra Progreso y Cerro. Tal vez hubiera cobrado más magnitud de haber jugado en el Estadio Centenario o contra los grandes, pero sin saberlo, debería estar agradecido de no haber pasado por la experiencia Indio Morán, Pelado Peña, Trasante o un debutante Paolo Montero.

Central siguió arriba luego de la partida de Silas al fútbol italiano, de hecho terminó quinto y clasificando a la liguilla. El 23 de diciembre de 1990, Bella Vista se proclamaría campeón tras empatar en el Nasazzi 1 a 1 con Cerro.

Se construyó tanto de Silas en esos partidos que todo se agrandó, entonces es difícil separar la realidad de las anécdotas. Pero de aquel brasilero del que poco se sabía antes de su llegada, pueden decir quienes lo vieron que hizo vestuario, que marcó a los jóvenes futbolistas de Central, que ayudó económicamente a un compatriota suyo que estaba en la tercera, que le pidieron perdón por los vestuarios y dijo «los vestuarios los hacen las personas». Diría Silas en una nota publicada el 20 de febrero de 2006 en el portal Lared21.com.uy: “En Uruguay pasé muy bien, me hicieron sentir como en casa. Tengo solo palabras de agradecimiento para Central Español, hice muchos amigos, y un cariño muy especial vaya para el Tola Antúnez…”.

Vino a jugar. Podía haber venido y quedarse parado, solo con entrar a la cancha ya cumplía sin arriesgar el físico. Pero eligió meter caños, jopeadas y pisadas en canchas casi sin pasto. Fútbol exquisito, de primer nivel mundial, que tuvo como mayor impacto un bombazo al ángulo en el Parque Palermo, que según dicen, no la sacaban ni cuatro arqueros. Todos coinciden sobre este momento: “Partido contra Progreso, Silas estaba imparable haciendo un partidazo, tiro libre para Central desde la izquierda entre el área y la mitad de la cancha. Agarra la pelota y se perfila para pegarle al arco, en ese momento escucho a mi viejo que grita asombrado «Pará brasilero, le vas a pegar de ahí, ¿quién sos?». Segundos después, golazo de Central al ángulo dejando a Leonel Rocco revolcado y enganchado en la red”, rememora Claudio Cabrera desde el recuerdo del adolescente asombrado por la magia de Silas. “Yo recuerdo un gol de tiro libre que hizo en pleno barro del Palermo, y recuerdo que antes de tirar se arrodillo frente a la pelota, se puso a sacar el barro de los zapatos esa pelota termino en la red y Central gano con su gol”, dice Diego Demarco sobre el mismo gol. Antes de eso, hubo una charla en el entretiempo en la que un joven entrenador le tuvo que gritar al crack brasilero por tener la ropa limpia mientras sus compañeros estaban todos embarrados: “El tipo creo que debutó contra Progreso en el Palermo. Un barro asqueroso. Y terminaron los primeros 45 minutos y aquello era un lodal. Entramos al vestuario y yo tenía una calentura que volaba. ‘Muchachos, así no llegamos, y vos Paulo mírate la ropa, ni barro tenés. Venís a un equipo que va primero, serás mundialista y todo lo que vos quieras, el negocio del futbol, pero aquí loco hay que pelarse el orto, tenés que jugar de otra manera. No tenés una gota de barro, estoy jugando con 10’. Y ahí ganamos con gol de él. La puso en la mitad de la cancha la pelota hizo así y se la metió a Rocco”.

El tipo que puso samba y bossa nova a un fútbol uruguayo gris y de canchas barrosas que iniciaba una década de ostracismo del concierto internacional, estuvo apenas un mes por estos lares. Yo no lo vi jugar, pero lo vi a través de la leyenda y del testimonio de los que estaban ahí. Nadie sabe quién se quedó con aquella camiseta de Silas con el 10 de Central. No lo sabe Claudio Cabrera, no lo sabe Diego Demarco, mucho menos yo. Pero aquel 10 de Brasil, cada día juega mejor en el recuerdo de los que estuvieron en esos tres partidos, y también de los que no.

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