A pocas horas de haber sido nominado como nuevo entrenador de la selección uruguaya de básquetbol, Zona Mixta habló en extenso con Marcelo Signorelli. El desafío que se viene estuvo sobre la mesa de conversación, claro, pero, en realidad, la nota no es otra cosa que un recorrido por su vida. Desde los minis de Neptuno, hasta la actualidad con la Celeste. Desde su niñez futbolera, hasta sus viajes por Italia y Estados Unidos. Desde el inicio de la pasión por el básquetbol, hasta su paso frustrado por la facultad de Ciencias Económicas. Desde sus épocas como vendedor de autos, hasta cómo defender un bloqueo directo. Desde su etapa como jugador en Neptuno y Las Bóvedas, hasta los títulos de Liga Uruguaya con Hebraica y Biguá.
“Yo voy a ser el técnico de la selección”. La frase ya tiene 21 años y pertenece a un señor que acababa de firmar su primer contrato como entrenador jefe y estaba dirigiendo a Juventud de Las Piedras, en tercera de ascenso.
El receptor del mensaje era Daniel Shalián, un escolta atlético y muy peligroso en el ataque rápido, pero con poco tiro exterior, que integraba aquel plantel de Juventud. Tal vez no se lo dijo, porque suele ser poco redituable cuestionar al técnico, pero seguramente Shalián pensó que el DT tenía una autoestima un tanto desmedida o que, lisa y llanamente, había perdido la razón.
Sin embargo, aunque el camino fue largo y por momentos cuesta arriba, hay que reconocer que Marcelo Signorelli no estaba loco, o al menos no tanto.
Su pasión por el básquetbol había comenzado unos cuantos años antes, cuando sus padres lo hicieron socio vitalicio del Neptuno, que en esa época era uno de los mejores clubes del Uruguay. Él tenía solo nueve años y la dictadura militar estaba a punto de establecerse en nuestro país.
Antes de eso, su relación con el deporte se reducía a jugar al fútbol en la calle, más precisamente en Acevedo Díaz y Domingo Aramburú, en donde pasaban pocos autos y se armaban los tales picados. El pequeño Signorelli no destacaba por su técnica, ni por asomo, aunque su entrega era digna de respeto.
Al parecer, Marcelo era un botija bastante insoportable en el ámbito doméstico, así que su madre pensó que lo mejor era hacerlo gastar energías en el club.
“El Neptuno era como pueden ser Malvín, Biguá o Urunday ahora. Era hermoso, tenía dos piscinas, seis gimnasios…Ahí pasé toda mi niñez y toda mi adolescencia”, cuenta Marcelo, que recuerda hasta cuanto pagaron sus padres para hacerlo socio vitalicio del club.
Su madre era ama de casa y su padre vendedor de autos y, además, trabajaba como periodista en la transmisión de fútbol de Víctor Hugo Morales (luego lo hizo en varios medios más y sigue en actividad hasta el día de hoy, con 83 años).
Marcelo acompañaba al viejo Américo a todos los partidos y lo ayudaba a instalar el equipo y llevar el cable de casi 100 metros que iba hasta los vestuarios. Un día del fin de semana cubrían el vestuario de Peñarol –el cuadro de los amores del coach- y el otro el del equipo que jugara contra Nacional. Naturalmente, conoció a una infinidad de jugadores, pero él recuerda a cierto plantel de River, en el que estaban el Mudo Correa, Del Capellán, el Tola Antúnez, Bareño y Victorino, fundamentalmente porque lo dejaban entrar al vestuario a patear la pelota con ellos.
“Yo iba siempre atrás de mi viejo. Eso sí, para que me comprara un refresco…En esa época era agua de la canilla y mucho refuerzo de mortadela”, dice muerto de la risa, sentado en un sofá del living de su apartamento, en Scosería y Benito Blanco.
La pasión por el fútbol estaba, pero a partir del Neptuno comenzó la del básquetbol, que sería, indudablemente, mucho más fuerte.
Se incorporó a los minis del club cuando todavía no había cumplido 10 años y después hizo toda la escalera hasta llegar a primera, en la que se cambiaba siempre, pero jugaba poco.
“Era la época de la llegada de los primeros americanos, en el comienzo de los 80, y el club contrató a Joe McCall (1). Yo nunca pude ser inicial. Pasaron muchos bases, pero a mí no me daban la oportunidad”, dice Marcelo mientras ofrece agua o Pepsi Light. Ésta última es su bebida predilecta y la defiende con pasión si alguien la critica. Parece que el hombre no toma alcohol, pero no por cuidarse, sino porque directamente no le gusta.
En 1987, ya cansado de no jugar, decidió a irse a Las Bóvedas, que estaba en segunda de ascenso, en donde tuvo siete entrenadores en una temporada. “Fue un récord mundial, increíble. Pero ahí sí jugué y hasta hubo un partido en el que hice más de 30 puntos”, recuerda con cierto orgullo.
Luego pasó a Trouville, también en segunda, más tarde volvió una temporada a Neptuno y en 1991 culminó su carrera en Unión, en tercera de ascenso.
Unión, ubicado en la calle Pan de Azúcar, era el club del que era hincha su padre, que incluso supo ser utilero allí. “Estaba salado. Yo iba a ver a Unión desde chico. Se armaban unos líos tremendos, hasta se escuchaban tiros, y me padre me escondía debajo de la mesa de billar”, asegura Signorelli, aún algo asustado.
Mientras desarrollaba su carrera como jugador de básquetbol, que terminó en el 91, se casó por primera vez y tuvo su primera hija, Valentina, que hoy tiene 27 años.
Antes de eso, intentó estudiar Ciencias Económicas, pero decididamente no era la suyo, así que abandonó luego de salvar solamente Sociología. “La verdad es que era un desastre, sobre todo porque en esa época salíamos todas las noches…estaba muerto”, reconoce con hidalguía.
Siempre supo que quería seguir ligado al básquetbol, así que, tras dejar de jugar, ni lo dudó y empezó el curso de entrenador. Se recibió bastante rápido, pese a que tuvo que soportar un karma llamado Psicología, materia que dio “como cuatro veces”.
En esa época comenzó su vínculo con los medios de comunicación, ya que comentaba partidos del Torneo Federal en el Canal 4, junto a Mario Uberti. Pero Raúl Ballefín (2), un famoso exjugador y periodista, le habló claro: “entrenador y periodista al mismo tiempo, no va”.
Casi enseguida comenzó a trabajar como asistente de Ricardo Abracinskas en Peñarol, que contaba en aquel momento con jugadores como Álvaro Tito, el Gato Perdomo y el Manzana López. Le dijeron que no iba a ganar un peso durante el torneo, pero también que más tarde iba a recibir lo suyo, si es que comenzaba acciones legales para conseguirlo. No le mintieron, porque eso fue exactamente lo que pasó.
Luego, también como asistente de Ricardo -el papá de Daiana- trabajó en Miramar, para más tarde llegar a su primera experiencia como coach principal en Juventud.
En ese momento ya lo tenía claro: sería el técnico de la selección. Su profecía se cumplió hace unos pocos días, cuando, tras algo así como un mes de conversaciones, Alberto Ney Castillo lo confirmó en el cargo, al menos para dirigir en el próximo sudamericano que se disputará en Venezuela durante el próximo mes de junio.
Claro, antes de esa nominación, tuvo que pelearla durante 20 años desde el banquillo…y no siempre con el viento a favor.
Al dejar Juventud, con el que logró ascender a segunda de ascenso, arregló con Tabaré, club con el que también consiguió subir, ésta vez a primera.
A partir de ahí, prácticamente no dejó de dirigir en primera división. En el comienzo del nuevo milenio, Atenas fue su primer equipo, con Darío Trigo, Nacho Carpio y Federico Martínez, y al año siguiente fue Goes, con Ismael Onetto, Gastón Triver, Alejandro Muro y Fernando Martínez.
Después de eso, vendría una parte que Marcelo considera fundamental para su formación como entrenador: el pasaje por Italia.
Él ya había viajado varias veces a Estados Unidos para presenciar entrenamientos universitarios, perfeccionarse y aprender. Como sus tíos vivían por allí cerca, fue tres veces diferentes a Maryland, en donde se tenía que tomar tres ómnibus para llegar al lugar de entrenamiento. “Fui con mi tío a la Universidad. Dijimos que yo era entrenador de Uruguay y que quería ver las prácticas. No tenían ni idea lo que era Uruguay, pero después de explicarles un rato me dejaron pasar. Me asignaron una silla determinada dentro de las tribunas del gimnasio. Una vez me corrí a otra y me dijeron que volviera a la original. ´No, esa no. ESA silla´. Pero todos los días, el cuarto asistente venía con una hoja y me pasaba el detalle del entrenamiento, minuto por minuto. Hoy, ese asistente es muy amigo mío”, destaca.
Posiblemente, esas incursiones por Estados Unidos generaron su fanatismo casi obsesivo por la NCAA, el cual lo lleva a conocer la universidad de procedencia de prácticamente todos los actuales jugadores de la NBA.
Pero las visitas a las universidades no eran suficientes, así que en 2002 -en plena crisis económica del Uruguay- decidió irse a Italia, junto a su esposa en segundas nupcias y su segunda hija, Paulina, recién nacida.
Gracias a su ascendencia italiana, sacó el pasaporte y viajó a la bota para dirigir a las juveniles de San Severo, un equipo de la B2, en el que estaba Miguel Volcan como entrenador y en el que jugaba Ismael Onetto. No sabía nada de italiano y al principio se manejaba “a los ponchazos” con el idioma, pero lo fue aprendiendo con el correr de las semanas y hoy por hoy lo habla casi perfecto.
Se quedó una sola temporada, pero dejó una buena impresión, así que, luego de dirigir a Aguada en el 2003, volvió a Italia para encargarse de un equipo de la C2, ya en mayores. “Mi agente me decía que era un proyecto ambicioso. La verdad, era buena plata, me dieron apartamento, auto…Era una camioneta grande, que también tenía que usarla para llevar al plantel cuando jugábamos lejos. Un día se me salió una rueda en la mitad del camino, menos mal que iba solo. Otro día se me resbaló en la nieve y di como cuatro vueltas. Deportivamente me fue bárbaro, perdimos solo cuatro partidos y salimos campeones. La verdad es que entrené muy bien ahí” sostiene Signorelli.
Luego de esa temporada, Marcelo tenía cuatro ofertas para seguir en Italia, pero, sin embargo, decidió volver al Uruguay. “Alejandro Muro siempre me dice que no tuve consistencia, porque siempre tenía la cabeza acá y allá, cuando en realidad hay que enfocarse en un lugar solo, pero a mi siempre me tiraba el Uruguay”, explica Marcelo.
En 2005 volvió a dirigir Aguada, pero renunció cuando el equipo marchaba con una marca de 13-13. “Lo dirigentes me querían convencer para que me quedara, pero yo ya no aguantaba a la tribuna. Los muchachos estaban bravos y me fui”, dice con una sonrisa.
La historia a partir de ahí es más conocida. Dirigió tres equipos más en Italia, en donde además consiguió el titulo de Alienatore Nazionale, gracias al cual está habilitado para desempeñarse en cualquier club de ese país, aún en la máxima categoría (A1).
En Uruguay, aparecieron sus dos títulos de Liga Uruguaya. El primero fue en Biguá, durante la Liga 2007-2008, junto a Martín Osimani, Leandro, el Sapo Rovira y Kevin Young, entre otros. Al año siguiente dirigió a Atenas y, junto a Panchi Barrera, Diego Pereira y el extranjero Rice, estuvo a punto de eliminar a un súper poderoso Biguá, dirigido por el Che García y reforzado por Ruben Wolkowyski.
El segundo título fue con Hebraica Macabi, equipo con el que cual tiene una relación cargada de vaivenes, hasta el punto de ser cesado y recontratado en una misma temporada.
Pero en 2011-2012 consiguió el título con ese club, junto a Panchi, el Pica Aguiar, Joaquín Izuibejéres, Hatila, Gastón Páez y el estadounidense Freije.
Los años fueron pasando, algunos objetivos se fueron cumpliendo, hasta llegar a la actualidad y cumplir con el vaticinio del 95, año en el que le aseguró a uno de sus dirigidos que iba a dirigir a la selección. “Yo en esa época volvía de uno de mis viajes a Estados Unidos y me creía Bobby Knight (3). Estaba loco”, dice Signorelli en el medio de una carcajada.
Sin embargo, tan loco no estaba, porque el gran desafío, por más que se hizo esperar un poco, llegó. En principio, dirigirá a Uruguay en el Sudamericano del mes de junio, pero es muy probable que luego de las elecciones de la FUBB, renueve su contrato para liderar un trabajo de largo aliento.
Referencias
1.- Defendió a la Celeste en el Mundial de España en 1986, el último al que concurrió Uruguay.
2.- Falleció en el 2013 con 90 años. Creador de muletillas imborrables para el periodismo deportivo como “La importancia de los que significa…” o “La condición de lo que significa…”
3.- Apodado el General, es un exentrenador universitario estadounidense. Polémico y controvertido al extremo. Dirigió a la selección de su país en los Juegos Olímpicos de 1984, consiguiendo el Oro.
3 comentarios
muy buena nota
mujy buena nota
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